sábado, 25 de octubre de 2008

César y Pompeyo.

En el año 52 a.C., tras el fallecimiento de Craso, Pompeyo fue nombrado único cónsul. Este cargo, combinado con sus otros poderes, lo situó en una posición privilegiada. Celoso de sus jóvenes rivales, decidió acabar con el poder de César, un objetivo que no podía realizar sin antes quitarle el mando de las Galias. Para protegerse, César sugirió que él y Pompeyo renunciaran a sus mandos simultáneamente, pero esto fue rechazado; incitado por Pompeyo, el Senado pidió a César que renunciara a su mando y disolviera su ejército o sería considerado enemigo público. Los tribunos, que eran agentes de César, vetaron esta moción, pero fueron expulsados del Senado. Entonces éste confió a Pompeyo la seguridad del Estado. Sus fuerzas, muy superiores en número a las de César, estaban dispersas por todas las provincias y sus tropas de la península Itálica no estaban preparadas para la guerra. A principios del año 49 a.C. César cruzó el Rubicón, un pequeño río que separaba su provincia gala cisalpina de Italia y se dirigió rápidamente hacia el sur. Pompeyo huyó a Brundisium (la actual Brindisi) y desde allí a Grecia. En el periodo de tres meses, César controló toda la península Itálica y sus fuerzas tomaron Hispania y el puerto clave de Massilia (la actual Marsella, en Francia).
En Roma, César se convirtió en dictador hasta ser elegido cónsul en el 48 a.C. A principios de ese año llegó a Grecia y destruyó las fuerzas de Pompeyo en Farsalia. Éste huyó a Egipto, donde fue asesinado. Cuando César visitó Egipto, instaló a Cleopatra, hija del fallecido rey Tolomeo XII, como reina. En el 47 a.C. sometió a Asia Menor y regresó a Roma como dictador. Aproximadamente en el 48 a.C. todas las fuerzas optimates habían sido derrotadas y el mundo mediterráneo pacificado

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